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Cine en español: La bella del Alhambra, 1989
La Habana, Cuba, década de 1920 a 1930, los supuestamente felices y así llamados años 20. Rachel, una muchacha nacida con el siglo, trabaja como corista en un local de mala muerte, donde se le ofrece una sola posibilidad, ser prostituta. Tras haber cantado y bailado en casi todos los cabarets del país, ella sueña con otros caminos: ser la mujer amada de un solo hombre y una artista de verdad. Su ambición es convertirse en la máxima vedette del famoso teatro Alhambra. Para conseguirlo, no duda en relacionarse e incluso pasar por la cama de los personajes más influyentes y poderosos. Finalmente lo consigue gracias a sus dotes artísticas y al apoyo del dueño del teatro. Pero todo tiene un precio y, a cambio del éxito profesional, Rachel dejará en el camino al amor de su vida.
Basada en la novela “Canción de Rachel” del escritor cubano Miguel Barnet, La Bella del Alhambra se recrea en las primeras décadas del siglo XX, y describe la vida nocturna de La Habana de la época, el cabaret con sus ritmos cubanos, sus canciones para el alma y los brillos de sus bailes; la ciudad repleta de luces, con una actividad frenética, comparable a la de las grandes ciudades del mundo. Su director y guionista, Enrique Pineda Barnet, uno de los creadores más prolíficos y representativos del cine cubano y un gran amante del género musical reconocía su fascinación por esta historia y el motivo por el que quiso llevarla al cine, “quise hacer un homenaje al teatro cubano, a nuestros géneros, nuestros ritmos e incorporarlos a una acción dramática y utilizar como pretexto una novela como contrapartida e inspiración”.
Sobre la génesis de la película, el realizador explicó que desde el inició decidió no tomar la novela al pie de la letra, sino utilizar los elementos más cinematográficos de la obra, seguir la trayectoria de la artista y lo que podía significar como alegoría. “La novela-testimonio nos hubiera obligado a hacer una película-testimonio distinta a la que teníamos en mente”, afirmaba Barnet quien, además de narrar las aventuras y desventuras de una mujer que busca alcanzar su realización personal, quiso hacer hincapié en la dificultad de la vida del artista que vive en una cuerda floja, y en la que el problema no está en lograr el equilibrio sino en aferrarse a esa cuerda con los dientes.
Con un indescriptible despliegue de imaginación, más que de recursos, para la reproducción de La Habana de los años veinte por parte del escenógrafo Derubín Jácome, la película rememora el repertorio del teatro Alhambra, que abarcaba desde el sainete costumbrista a la opereta y las parodias. Todo ello acentuado por una banda sonora a cargo de Mario Romeu, encargado de la selección y orquestación de las piezas más representativas de cada género y época y por la fotografía de Raúl Rodríguez que supo captar un clima fidedigno, nostálgico y evocador.
Pero de nada habría servido contar con un extraordinario equipo de colaboradores si no hubiera aparecido la interprete que diera vida a Rachel. Barnet optó por Beatriz Valdés, una joven actriz cubana, que ya había actuado en varias películas antes de que el cineasta apostara por ella frente al intento por parte de los productores de imponer a una figura del cine español. “Beatriz es, en esta película, la esencia de todas las grandes del género que se consagraron en ese conservatorio de la música cubana en los inicios del siglo XX que fue el Alhambra,” defendía el director quien, destacando la agradable voz, la frescura y la picardía con la que se desplazaba la actriz por las tablas del teatro, se refería a ella como el alter ego de la gran Amalia Sorg y de tantas otras vedettes aclamadas en el Alhambra.
Reiteradas veces Pineda Barnet definió su película como la historia de una mujer que, como la República, no quiso ser prostituida, y que pese a incorporar diversos números musicales, no es un musical. “Pienso que es un melodrama musical, o un melodrama con música”, explicaba el director.
Desde su estreno en La Habana, el 31 de diciembre de 1989, La bella del Alhambra suscitó lo que un titular de la prensa calificó de “delirio nacional”: tres millones de espectadores en poco más de tres meses de exhibición, en una isla que entonces contaba con diez millones de habitantes, lo que supuso todo un record de taquilla.
El film recibió medio centenar de premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Goya, otorgado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de España, a la Mejor película extranjera de habla hispana.