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Javier Andrade: “El cine es de largo alcance”

La premiere mundial de Lo invisible en el Festival de Toronto marca un retorno para el cine ecuatoriano en el importante evento cinematográfico, pero también es casi como un traspaso de la antorcha, porque el último director de ese país que estuvo allí es Sebastián Cordero, quien fue, casualmente, profesor de cine de Javier Andrade y también el director de Ratas, ratones, rateros, el filme en el que éste tuvo un pequeño papel como actor. Protagonizada por Anahí Hoeneisen, quien es también la coguionista, Lo invisible muestra la descomposición emocional y psicológica de una mujer de la alta sociedad que no puede superar la depresión post-parto. Desde Toronto, en donde está presentando su segunda película ante la ansiosa audiencia local, Andrade nos contó cómo está viviendo la experiencia

Hacía 17 años que una película ecuatoriana no llegaba al Festival Internacional de Cine de Toronto. Me imagino que el hecho que Lo invisible haya sido seleccionada es un gran logro personal pero ¿sientes que tienes una responsabilidad extra?

Siempre es muy agradable estar seleccionado y siento que es una recompensa para el trabajo de un montón de gente que se involucró en una película que plantea un lenguaje visual un poco diferente a lo que hacemos usualmente en Ecuador. Trato de no pensar en la responsabilidad, pero sí tengo la satisfacción que la película está en el Festival de Toronto y el deseo de que genere algún tipo de discusión sobre lo que está pasando en mi país y en el panorama del cine contemporáneo.

¿Sientes que al trabajar en un país con poco cine hace que tengas que esforzarte el doble?

Estar en un lugar donde hay poco cine tiene su parte negativa pero también positiva porque la infraestructura formal, sobre todo los fondos de fomento que otorga el gobierno, es acotada y de escasa distribución y al existir tan poca producción hay mucho entusiasmo y energía por parte de la gente del audiovisual para realizar proyectos cinematográficos que siempre tienen alguna valía, más allá de la coyuntura puntual de hacer una publicidad o un objetivo concreto, porque el cine es de largo alcance y de largo plazo ya que las películas, por suerte, nos sobreviven. Esas cosas en Ecuador se aprecian mucho, incluso siento que muchas veces hemos podido hacer el trabajo paradójicamente porque hay poco cine. En general los proyectos que se llevan adelante van hacia un camino de la visión personal y autoral apoyada siempre por un grupo de profesionales, técnicos y artistas que se suman a esos esfuerzos y eso es muy bonito de ver. Entonces, si la presencia de Lo invisible en el festival y las reacciones que genere despiertan más interés en lo que está pasando ahora en el país, a mí me haría muy feliz.

Lo invisible tuvo un proceso muy largo porque la filmaste hace 2 años y la estuviste editando durante la pandemia. ¿Ahora es el momento de descansar o esta es la parte más difícil?

Creo que ahora es la parte en la que nos relajamos porque sentimos que la película habla por sí sola y el diálogo que tiene con el público es un espacio en el que nosotros somos como anfitriones que la presentamos en persona y dejamos después que se pare sola frente al mundo y establezca esa charla. Entonces para nosotros es el momento de estar ahí disfrutando un poco de la reacción y de la proyección. También es importante mencionar que estamos en la etapa post covid así que este festival es híbrido y es muy interesante y fuerte volver a proyectarla con un público extranjero y como la diseñamos originalmente ya que la realizamos pensando siempre en la pantalla grande y en el sonido que existe en una sala de cine así que es bonito verla así. El proceso fue bastante largo y se vio de repente afectado por este confinamiento, se editó en plena pandemia y creo que sobre todo la parte del diseño sonoro se volvió una cosa muy representativa del encierro y de la claustrofobia que todos transitamos un poco.

Escribiste el guion con Anahí Hoeneisen, que es la protagonista de Lo invisible, pero ¿cómo surgió esta propuesta?

Para mí Lo invisible tiene dos orígenes que convergen en algún momento: el primero es que yo tenía muchas ganas de realizar una película de ficción como ejercicio creativo que fuera muy distinta a la que había hecho anteriormente. Es decir, mi primer film, Mejor no hablar (de ciertas cosas), tiene un personaje central masculino y una energía medio salvaje y en este caso quería hacer algo que tuviera silencios y una protagonista femenina. Además me interesaba filmar en la sierra de Ecuador, cerca de Quito, ya que antes lo había hecho en la zona de la costa y tenía ese clima y esa fuerza interior. El segundo origen de Lo invisible fue la idea de hablar de la depresión, de la enfermedad mental que es un tema muy cercano en mi vida y que quería explorar de una forma no tan didáctica sino más bien emocional y cinematográfica. Hacer este proyecto con la colaboración de Anahí, a quien considero una de las grandes actrices de nuestro país, fue importantísimo porque si me iba a meter en la piel de una dama de clase alta, qué mejor que hacerlo acompañado por una mujer que además es guionista.

La película muestra varios episodios de quiebre mental. ¿Esto fue producto de la investigación o de la improvisación?

Un poco de ambas cosas. Anahí es mucho más responsable que yo en eso, hizo una investigación muy rigurosa sobre la depresión posparto y de ciertas manifestaciones físicas de esa depresión que fuimos integrando a la narrativa y a varias secuencias. En cambio, lo que yo fui empujando era mucho más la idea de estar en una película que navegara entre lo onírico y lo real, o sea entre lo consciente y lo inconsciente. Entonces así nos fuimos dividiendo el trabajo de la escritura, encontrando un balance por el cual en una secuencia integrábamos una patología real y en otra navegábamos la vida interior del personaje. La idea era juntar ambas cosas y ver un poco como fluía eso y que fuera una sensación y una dramaturgia para el espectador.

¿Por qué quisiste ambientar la historia en la clase más alta de Ecuador?

Cuando empezamos a desarrollar el personaje, a crear ese vestido que es el guion para Anahí, nos interesó hacer un retrato social del estrato más alto en Ecuador ya que nos llamaba la atención la arquitectura y lo social de ciertos espacios, es decir, la relación con la servidumbre inmigrante, con la indígena y con las trabajadoras domésticas, que es algo que ya se ve muy poco en mi país pero que todavía existe. Entonces era interesante mostrarla a ella teniendo una crisis en un espacio que sea un retrato de una cosa que ya no sucede, por eso escogimos esa locación específica que tiene reflejos arquitectónicos que nos permitían como exteriorizar lo que le pasaba a ella en la cabeza. La idea era ubicar a la protagonista en un lugar de tensión dramática y preguntarse qué le pasa al espectador cuando se enfrenta a un personaje así.

De alguna manera es casi como un análisis sobre el poder, en el sentido de que esta mujer rompe todas las normas y la gente que está acostumbrada a obedecer en ese contexto queda totalmente desencajada. Obviamente no lo hubieras podido hacer de otra forma…

¡Exacto! Es interesante y una manera muy bonita de trabajar que ojalá pueda emularla siempre. Una vez que formas un personaje y comienzas a crear el entorno social, económico, personal y afectivo, salen a la luz pequeños conflictos y cosas en lo cotidiano que si uno lo estructura de una forma, se parecen a una historia. O sea, al enfocarnos en esta clase empezaron a salir unas ideas muy fuertes sobre las relaciones de poder, colonialismo y raciales que ni siquiera teníamos que decirlas sino que al mostrar el comportamiento iban a transmitirse al espectador y eso nos encantó. Fue muy bonito ir cerrando el guion entendiendo que estas conductas iban a ilustrar todos estos temas sin que tuviéramos que dramatizarlos de forma obvia.

Fuiste alumno de Sebastián Cordero, quizás el director más reconocido de Ecuador. ¿De qué manera influyó en tu propia carrera?

Sebastián fue mi profesor de guion en la universidad hace muchísimos años, luego tuve un papel pequeño en su primera película titulada Ratas, ratones, rateros y, sobre todo, me une a él una amistad y un cariño muy grande que ya lleva 20 años. La influencia de Sebastián con toda una generación de Ecuador la comparo como la que pudo haber tenido alguien como John Cassavetes en Estados Unidos a finales de los años 50 y principios de los 60, cuando sale una cosa como Shadows y de repente se ve la posibilidad de trabajar de una forma nueva y distinta en cine. Siento de verdad que eso pasó con Sebastián y que esa fue la importancia de Ratas, ratones, rateros, un film diferente con un gran rigor, fuerza y energía juvenil y también con una técnica muy lograda que inspiró a una generación entera de cineastas ecuatorianos. Incluso estamos aquí en Toronto siguiendo a Crónicas de Sebastián que fue la última película ecuatoriana en presentarse en este festival.

Creciste en Ecuador cuando no había una industria. ¿Pensaste en algún momento que tenías que irte a Londres o a Los Ángeles, por ejemplo?

Por supuesto, de hecho viví en Nueva York 6 años porque hice mi maestría en Columbia y la idea era un poco ir a estudiar cine y después quedarme. Era muy fanático en esa época del cine norteamericano de los años 70. Hay una película con Robert Mitchum que hizo Peter Yates y que se llama The Friends of Eddie Coyle, que me encanta al igual que Taxi Driver y me interesaba hacer cosas como esas. No sé si en un principio quería hacer cine en Ecuador porque no lo veía posible, lo que pasó es que haciendo la tesis en Columbia, que casi involuntariamente se transformó en mi primera película, no sé por qué me agarró como una crisis de identidad y decidí hablar de la costa de Ecuador, que es de donde soy, y hacer algo en mi ciudad natal. Eso me llevó de regreso a mi país y me quede ahí hasta ahora.

No eres el único, es muy habitual que los directores latinoamericanos vengan a Estados Unidos y terminen haciendo sus historias, quizás tenga que ver con eso que dice “describe tu aldea y serás universal”.

¡Completamente! De alguna forma uno se vuelve como una suerte de embajador cultural de donde viene y es una responsabilidad rara que a veces no se quiere tener pero que terminas adquiriendo. Creo que tiene que ver también con las conversaciones y con la vida fuera, como que en algún momento uno piensa que puede hablar por ejemplo de William Faulkner pero que hay muchos “gringos” que pueden hacerlo mejor, entonces te das cuenta que por ahí no muchos pueden dialogar sobre Osvaldo Castro, que es un autor ecuatoriano maravilloso. A mí me pasaba que en algunas charlas comenzaba a hablar de Ecuador, de su cultura y sus formas y de repente estaba, sin darme cuenta, escribiendo una película sobre mi país.

Tú crees que puede llegar un momento en que Ecuador produzca películas como lo hace Chile, que tampoco tenía una industria y hoy en día está casi a la cabeza…

Absolutamente y además un trabajo de calidad buenísimo, el cine chileno está viviendo ahora tal vez su mejor momento. Yo creo que sí, que podría suceder en Ecuador pero es una combinación de desarrollo creativo, de desarrollo de productores, directores y escritores, y de desarrollo de fomento gubernamental, el cual ahora está en un lugar muy complicado con esta pandemia. El gobierno anterior del presidente Lenín Moreno fusionó al Instituto de Cine con uno que manejaba otras artes, entonces le quitó independencia e institucionalidad al mismo, que mal o bien funcionaba. En estos momentos estamos discutiendo y conversando mucho para tratar de que ese instituto vuelva a existir porque son cosas necesarias para que también crezca el país.

¿Por dónde te gustaría que siguiera tu carrera?

Estamos desarrollando una película con una mujer como protagonista y un lenguaje visual similar al de Lo invisible que navegará por una historia de una ruptura y de un romance adolescente con elementos fantásticos del género de terror, una especie de híbrido que se llamará Loretta Young y los monstruos y estamos muy felices con el guion que casi está terminado. También tengo un proyecto sobre Julio Jaramillo que tenía desde antes y ese guion ya se encuentra bastante desarrollado pero se detuvo un poco porque requería de un presupuesto bastante grande ya que era un filme de época, a una escala poco común en Ecuador pero que ahora está despertando bastante interés así que tal vez vamos a poder mover esos dos proyectos hacia adelante. A mí me encantaría que suceda al mismo tiempo porque uno tiene esta energía muy femenina, de despertar sexual en una ciudad pequeña, y el otro es la vida de un hombre que casi que navega el machismo como forma de vida y provee una oportunidad a través de exponer tanto una música preciosa como una cosa de masculinidad tóxica que ahora es muy relevante mostrarla.